03 noviembre 2006

La melancólica muerte de Chico Ostra - Tim Burton


Se le declaró en la costa,y en la playa fue la boda. Su larga luna de miel en la isla de Capri fue Para la cena el meseroles puso un solo platillo:un gran caldo de mariscos.La novia pidió un deseo. Y el deseo se realizó.Dio al fin a luz un bebé.Pero éste ¿era humano o no?Bueno, quizá. Tal vez.

Diez dedos en pies y manos,y demás órganos sanos.Podía sentir y escuchar.Pero ¿normal? No, ni hablar. Este engendro antinatura,Este cáncer indecente,Era la imagen vivientede toda su desventura.

Ella se quejó al doctor:“No es hilo de mi madeja.¿De donde sacó ese hedora salmuera, pez y almeja?” “Y ha sido usted afortunada.Yo la semana pasada,trate a una niña con pico y tres orejas. ¿Me explico?Si es mitad ostra su niño,búsquese a otro a quien culpar.-Y añadió con cierto guiño -¿Se ha puesto a considerar una casita en el mar?”

No sabían como llamarlo.A veces le decían Carloy a veces -con voz perpleja-“eso que parece almeja”. Encogido el corazón,Ninguno en verdad sabía si el chico ostra algún día rompería el caparazón.

Los cuatrillizos Montalvocierta vez se lo toparon.Le espetaron un “¡Bivalvo!”y enseguida se escaparon. Una tarde en que llovía,Carlo se sentó en la calle.Y miró arremolinarse el agua en la alcantarilla Aparcada en la cuneta,conmovida y afligida,su madre daba salida a su congoja secreta. Ya se habían acostado una noche, y ella dijo:“Cariño, huele a pescadoy yo creo que es nuestro hijo.Y aunque dicen que una dama debe callarse esas cosas,me parece que le endosas tus problemas en la cama.”

El probó cuanta loción pudo hallar en el mercado.Tenía el cuerpo colorado y comezón, comezón.Y de rascar y rascar la piel le empezó a sangrar El doctor, tras una pausa, dijo: “El remedio a su mal podría ser su misma causa. Las ostras, como sabéis, dan gran potencia sexual. Supongo que si os coméis a vuestro niño podréis saciar el ansia carnal.

Se acerco muy de puntitas, muy a oscuras y en celada, porque no notara nada quien le daba tantas cuitas.Y en voz muy baja le dijo: “Carlo queridísimo, hijo: no quisiera interferir ni causarte desconsuelo. Pero ¿has pensado en el cielo, o te has querido morir?” Carlo parpadeo al oírlo pero no le dijo nada.Su papi apretó el cuchillo y se aflojó la corbata. Cuando lo levantó en vilo, Carlo le mojó el abrigo. Y en su boca ya la valva, se escurrió por su garganta.

En la costa lo enterraron, en la arena, junto al mar.Una oración murmuraron y se fueron a cenar. Una cruz que daba pena marcaba su sepultura y unas letras en la arena prometían vida futura. Pero al subir la marea una ola grande y fea borró sin pena ni gloria para siempre su memoria.

De regreso en el hogar, él se le empezó a acercar. Le besó y le dijo: “Bella, hagamos otra faena.”“Pero esta vez –susurró ella- pidamos que sea una nena.

Autor: Tim Burton

Libro: La Melancólica Muerte del Chico Ostra

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